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Hotel “La Luna”


Hotel “La Luna”

Acceso

Llegamos a Grenada desde New York vía Trinidad y Tobago.

El hotel está a sólo 10 minutos en coche del aeropuerto internacional Maurice Bishop. La carretera está en buen estado.



Saint Georges (Grenada)
Telf: (+1) 473 439 0001
E-mail: info@laluna.com
Web: https://www.laluna.com/

Llegar de noche al hotel "La Luna" fue mi primer contacto con el Caribe.

Llovía. Un avión de hélices, despintado y en evidente estado de decadencia nos esperaba en Trinidad y Tobago. Veníamos de New York, donde el escenario era completamente distinto. Dentro del avión estábamos unas 12 personas como máximo, de las que 6 éramos nosotros. Llegados a Grenada, nos hicieron bajar en medio de la pista e ir andando hasta las instalaciones del aeropuerto prácticamente a oscuras.

El aeropuerto y alrededores me sorprendieron mucho. Las imágenes que había visto del Caribe eran playas largas de arena blanca y agua de color azul turquesa. Todo muy idílico. Imagino que tenía en mente la publicidad de los grandes hoteles turísticos que están a pie de playa e iba con una imagen preconcebida que nada tenía que ver con lo que me encontré. También tengo que decir que era mi primer viaje fuera de Europa. En ese momento, había visto muy poco mundo.

En menos de una hora, entre el control de inmigración y el recorrido por carretera, llegamos a "La Luna". Lo primero que me vino a la cabeza es que estaba en un oasis precioso; pero, en definitiva, un oasis. Está ubicado en una colina privilegiada, en una playa muy aislada (Portici beach) y sólo a 5 minutos de la zona de Grand Anse con restaurantes, otros hoteles y playas.

El hotel es rústico, elegante y tan romántico que es ideal para parejas. Es perfecto para quien busca el Caribe tranquilo y lejos de las masificaciones de los hoteles de pulserita. El bar es sensacional. Está junto a la piscina y tiene mezcla de estilos. En ciertos momentos, pensé que podía estar en el sudeste asiático. Muebles de madera, paja en el techo y luces muy cálidas. Imaginé que delante teníamos el mar por el ruido de las olas y por la oscuridad, pero no se veía nada.

Como era tarde, nos prepararon unas ensaladas con cócteles en el bar de la piscina. Todo estaba delicioso y se estaba muy a gusto, pero no tardamos en subir a las habitaciones. Son cabañas que están repartidas, sin orden, por la montaña. Solo hay 16 y son de colores. Muy anchas y cómodas; pero lo que más me gustó fue la piscina privada que hay en cada una de las terrazas o porches. Tienen privacidad absoluta. Actualmente, también existen villas modernas que se construyeron tiempo después de mi visita.

¡Al día siguiente nos despertamos pronto con la luz del sol y la sorpresa fue enorme al abrir la puerta! ¡Teníamos el mar Caribe a los pies! El agua azul turquesa y la arena blanca eran el escenario perfecto. La distribución de las cabañas por la montaña tenía como objetivo conseguir buenas vistas y ninguna de ellas lo impedía al resto. Me pareció un momento mágico. El silencio y los colores me enamoraron.

Disfrutamos de la Portici beach, la playa frente al hotel, con la ilusión propia de niños pequeños. El agua estaba caliente y las conchas gigantes decoraban la arena de forma inédita por mí. Fue maravilloso compartir esos ratos con la gente local. A pesar de ser una playa solitaria, siempre ocurren cosas. En una ocasión se acercó a un hombre para hacer sombreros de paja al momento; obviamente, ese sombrero lo tuve en Barcelona durante años. Otro día vino un grupo de adolescentes a pasar la tarde. Pero lo mejor de todo es cuando llega la barca, de colores estridentes, para enseñar el pescado que han pescado esa misma mañana. La "ceremonia" es auténtica. El cocinero del hotel elige lo que quiere y se lo lleva hacia el restaurante. Aquello es lo que ofrecen para el almuerzo. Es maravilloso.

El hotel hace vida alrededor del mar. La piscina, el pabellón de yoga, el spa asiático, el gimnasio y el restaurante italiano están encarados al mar. El servicio de bar llega hasta las hamacas de madera que hay en la arena. Una de las actividades más chulas es tomar el catamarán que tienen allí mismo para ir hasta la playa de al lado.

Aunque el hotel es maravilloso, el valor añadido lo aporta el equipo humano que hay detrás. Son muy amables y hacen la estancia mejor de lo previsto.

No os dejéis absorber por el hotel y salid a hacer excursiones para conocer la isla. Mantiene la autenticidad del Caribe real alejado del turismo. Visitad la capital (Saint Georges), el mercado y buscad a Camile del quiosco "The White House", un baño en la Annandale Waterfall, visitad la Reserva Grand Etang y caminad por el pueblo de pescadores Gouyave.

Todo es maravilloso.

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